Como es posible que no esté en mi mejor día, toca llorar y que mejor que preparar una sopa de cebolla, así tengo excusa.
Podéis encontrar un montón de trucos para no llorar cortando cebollas. Cuando cortamos la cebolla ésta desprende una sustancia llamada alinasa, que es la que produce emisión de una molécula llamada propanotial, causante de la irritación ocular y el lagrimeo. Después de un repaso por varias páginas, he encontrado ciertas coincidencias en los métodos para evitar la emisión de esta molécula. Van de forma resumida, se puede usar solo uno de ellos, si se usan los cuatro... nada de llantos, felicidad universal, seguro:
- Usar un cuchillo afilado ayuda mucho.
- Congelar la cebolla antes de cortarla.
- Encender una vela mientras se corta la cebolla.
- Ponerse gafas de bucear antes de empezar a cortar (de las que tapan la nariz).
Este último método parece cómodo y sorprendentemente efectivo. Enlace a un artículo con un exhaustivo análisis de técnicas, alguna un poco friki. Si los motivos para el llanto son otros, estas técnicas no sirven, lo he comprobado.
Bueno, vamos con los ingredientes, para 4 personas:
- 6 cebollas
- 2 diente de ajo
- 2 litros de caldo, al gusto. Aquí la hice con caldo de verduras
- 12 rebanadas de pan
- 3 cucharaditas de harina de trigo
- 60 g de mantequilla
- 1 cucharadita de azúcar
- Sal y pimienta negra
- Brandy o coñac
- 100 g de queso rallado suave (tipo Gruyère)
Pelamos y cortamos en juliana (a lo largo y en finísimas rodajas) las cebollas y picamos los dietes de ajo. Reservamos.
En una cazuela calentamos despacio la mantequilla. Esta es la base de una cocina francesa auténtica (como la mía).
Cuando se haya derretido echamos las cebollas y el ajo picado. Añadimos también un poco de sal y pimienta negra. El efecto salado nos ayudará a que las cebollas suden y que se ablanden antes.
Removemos con una cuchara de madera de manera envolvente hasta que la cebolla quede blandita y transparente, para que no se queme ni coja color. Este proceso es lento, hay que remover y cuidar la cebolla al máximo, mimarla, como a una flor de primavera.
Removemos con una cuchara de madera de manera envolvente hasta que la cebolla quede blandita y transparente, para que no se queme ni coja color. Este proceso es lento, hay que remover y cuidar la cebolla al máximo, mimarla, como a una flor de primavera.
Es mejor tapar la cazuela para que no pierda mucha agua. Ahora le ponemos una cucharadita de azúcar y removemos un poco para que caramelice, Ponemos las 3 cucharaditas de harina, removemos para que ligue bien. Finalmente el brandy (o coñac si somos franceses de pura cepa) y dejamos que cueza un poco para que se vaya el alcohol, siempre con mucho mimo para que no se queme.
Es el momento de echar el caldo, de lo que más nos guste. Dejamos cocer como 20 minutos a fuego no muy fuerte, lo justo.
Y la sopa ya está lista. Podemos comerla tal cual, pero sí tenemos más ganas de trabajar y que quede redonda yo la he preparado como la foto que aparece en la presentación, al inicio del post (tenía tantas ganas de ahogar las lagrimas en la sopa que olvide hacer la foto final, esa está sacada de Internet).
Cortamos en rebanadas finas el pan y tostamos ligeramente. Servimos la sopa en cazuelas de barro, metemos las rebanadas de pan, dependiendo del tamaño, y espolvoreamos con el queso rallado. Metemos en el horno precalentado a 200º, gratinando a 220º durante 5-6 minutos y servimos bien caliente (que gustito ahora en invierno).
La elaboración es muy fácil, aunque lleva un poco de tiempo. Tienen una textura especial y de verdad que está muy sabrosa y rica. Así se ahogan las penas.... se intenta al menos.




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